Poema XVI del libro Exilio de Adoraciones

 

XVI                                         Rezo a la niña-diosa

 

“Toca mi cuerpo con tus verdes ojos

como quien contempla un cuadro 

en total y completa quietud devota,

establéceme como una niña-diosa 

de tantas plegarias que enaltezcas 

en mi honor inmaculado

y libérame del pecado

con un solo beso de tu boca     impoluta 

para que pueda ser libre como un ave

y recorra enormes distancias 

como si fuera guiada 

por el mismísimo Ser Superior...

 

¡Dame tu amor sin reservas

y expurga este dolor 

que llevo a cuestas

de tantas vidas

en que te he buscado 

sin lograr hallarte!

 

¡Mágico doctor, enséñame tu arte!

 

Desde que te vi,

y ahora que estás frente a mí,

he entendido que sí:

tú eres el sueño de mis ancestras

tú eres el viento calmo 

que vaticinaban las sabias profecías...

 

Tú eres la luz dorada

que el sol entrega desde su vientre

como un rayo sublime

que atraviesa todos los espacios

originando todas las formas...

 

Tú eres el agua sagrada

que me da la vida día a día...

 

Tu eres el fuego primigenio 

que otorga nobles visiones...

 

Tú eres la voz de espíritu

que trae sanadoras canciones...”

 

“De tu sangre quiero forjar mi espada

como los antiguos y poderosos reyes...

 

De tu piel está hecha mi bandera

la cual hago flamear con orgullo

ante todo el universo infinito...

 

De tu risa he creado este escudo

con el cual avanzo sin miedo

contra las hordas del tiempo...

De tus ojos bebo la fuerza absoluta

que me acompaña en el camino

pues tú eres la fuente de vida

donde baño y lavo mis miembros 

para que estén listos 

para otra batalla...

 

De tu perfecta talla 

he tomado el modelo

para erigir al cielo 

una perfecta estatua

y desde esa noche abismal

en qué realicé tales ofrendas 

los dioses superiores 

me han regalado las lluvias 

en un presente continuo 

que todo lo contiene...

 

Te veo, ahí vienes 

lentamente hacia mí,

y descubro en tu mirar 

de noble y blanca vid 

que ni el vino embriaga tanto 

como la dulzura imposible

de tus comisuras abiertas

como la ternura aniñada 

que tus párpados entrecerrados 

me provocan al despertar 

como la hermosura de tu andar

que me invita a ir a la par...

 

Te obsequio mi brazo izquierdo 

para que lo tomes con vigor

y así podamos juntos

caminar hacia el amor...

 

Amor que no es un lugar 

al que debamos llegar 

sino un bello día para jugar

una bella tarde para crear

una extensa noche

para nuestros cuerpos de seda

encendidos, entrelazar

una madrugada para agradecer 

y poder ver, poder soñar

o el prístino alba soñado para rezar...

 

El amor no es un lugar 

al que debamos llegar:

el Amor es el tiempo compartido 

que no puede morir, pues está grabado

por siempre en la eternidad”.


Agustín R. Iribarne

Exilio de Adoraciones

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