Ajedrez de Dudas: sobre el dar y el mar
Estoy imaginando que este miedo
que me aferra —sin reservas—
a una falsa seguridad
tiene garras filosas, amenazantes,
dispuestas al ataque:
tengo al rey en jaque
—han caído mis primeras filas—
y no hay caballo que me saque
al galope de esta arena infinita
que calcina las plantas de mis pies:
es como un juego de ajedrez, donde yo
no puedo elegir mis movimientos,
pues me defiendo de mi adversario
en cada jugada marcada.
Debo enrocar, hacer un intercambio
que me favorezca, y no dar todo
lo que soy, lo que tengo y me conforma:
porque puede que las piezas se acaben.
¿Qué haré en mi próximo turno?
Observo el mar y reflexiono
sobre su bravura y tenacidad:
¿debería enfrentarme a sus olas,
a sus violentos y crueles embates
que me toman y desvisten
y se llevan de mí todo lo bueno
dejándome empapado de lo triste?
Quiero amarrarme en una costa
que tenga alguna planta tosca
que me de refugio. Allí, por fin,
perderme definitivamente,
o encontrarme, si es que aún
es una opción plausible…
Estoy pensando que el agua puede
ser traicionera, quizás más que el fuego,
que me invita a contemplarlo
debajo de la palmera,
quieto y solitario.
Aquí estoy cómodo,
aquí no hay peligros:
puedo ser yo mismo sin nadie más.
Por mis grietas se cuelan insectos:
he cedido a los guardianes
que custodian mi sufrido corazón.
Hoy la duda sobre el dar y el mar
se mueve lento, agazapada,
entre el blanco y el negro…
Contra mí mismo doy esta batalla
que no tiene final inminente.
Estoy sintiendo que salir al mar
es confiar absolutamente…
…Y de verdad, no creo en absolutos.
Agustín Ricardo Iribarne
Del libro inédito: Las grietas del subsuelo...
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