Poema de denuncia ante los conflictos bélicos del mundo

 La huida inesperada

Hace algunas horas,

el aire aún era puro:

ahora el fuego y el humo

no me dejan respirar.

 

Hace sólo unos minutos,

veíamos el sol en total libertad

escuchábamos cantar a los pájaros

teníamos sueños y proyectos,

hasta que cruzaron por el cielo

los proyectiles del odio y del poder,

hasta que explotaron mi ciudad,

matando a mis hermanos y hermanas.

 

¿Cómo podré dormir en paz

en mi propia tierra labrada

sabiendo que desde la lejanía

llegan los aviones que dan muerte?

 

Han implantado bombas en mi mente:

el peligro es inminente.

 

Debo irme. Correr. Huir.

 

Olvidar toda mi historia en un instante

o será la historia la que me olvide a mí...

 

Debo soltar mi vida

como quien deja caer una vasija

y la ve estallarse contra el piso

en miles de pedazos.

Han invadido mi suelo —con sus armas—

han entrado a mi casa —sin permiso—

me han saqueado con total impunidad

el cuerpo, el alma y el espíritu…

 

¿Qué haré con mis prestas cosechas

con las tumbas de mis familiares,

con lo poco que poseo

—herramientas, alimentos, valores—

y que sin embargo no puedo llevarme?

 

¿Qué haré con el olivo que tanto cuidé,

aquel que me dejaron mis abuelos,

aquel que me dio benévolas sombras

en arduos días de trabajo al sol?

 

Debo dejarlo todo aquí, y partir

inesperadamente, sin aviso,

sin razón o motivo

más que la avaricia y el descaro

más que la total deshumanización

más que la vil corrupción.

 

¿Cómo movilizo a mis ancianos padres?

¿Cómo transporto a mis pequeños hijos?

 

¿Cómo tomaré lo intangible, nuestra idiosincrasia?

¿Cómo cargo con mi sentido de pertenencia?

 

Debo negar mi más pleno sentir:

pues siento dolor y pena, pero ahora,

como sea, tengo que intentar sobrevivir;

pues siento una ira irrefrenable,

pero sé que no es ejemplo de perdón

y hasta en esta extrema situación

debo seguir educando —y aprendiendo—;

pues siento miedo y a la vez locura;

pues sé que el tiempo esto no lo cura,

y nadie me devolverá nada;

pues siento una injusticia en mi pecho

tan grande como su ambición

y sé que no hay canción que me consuele,

ni oráculo que revele

cuál será nuestro destino…

 

…Y sin embargo, debo abrir camino,

con lo que queda de mí:

este maldito desarraigo,

este despojo impronunciable…

…mientras los aviones, indiferentes,

sobrevuelan mi cabeza sin fuerzas

y su sonido se graba en mis oídos

como un grito ensordecedor

que no podré borrar ni en dulces sueños…

 

Agustín R. Iribarne

Del poemario: “Despojados y desposeídos

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