Sagrado Cantar - Parte uno

Sagrado Cantar

I            

La mañana despliega sus alas blancas

mientras el sol me besa con ternura

a través de la ventana, muro frágil

que me resguarda del azote del viento de montaña.

Me levanto lánguidamente, refriego mis ojos soñolientos

que aún conservan imágenes de otros mundos posibles

sólo en el sueño absoluto, en la atroz distancia del plano astral;

agradezco otro día de vida, y antes de hacer vibrar un mantra

por mi divino cuerpo, oigo un chelo

que gime con la profundidad del océano

o del polvo remoto que descansa en la grieta olvidada,

y sus notas penetran mi alma cándida,

sumiéndola en un desvarío de evocaciones

de un pasado ya irremediable.

El trinar de pájaros que madrugan completan la obra,

y el aire en correntadas irregulares me invita y me aleja,

me tienta a respirarlo y colmarme. Me vuelvo ligero.

Conecto con la acción más orgánica que existe: la respiración.

 

Me siento vivo: aún tracciona sangre mi corazón,

aún vibra naturalmente el agua que me compone,

aún mis células sintetizan todo lo que devoro;

aún el desdoro es algo indiscernible, que no me alcanza,

(como sí lo hace el brillo de la plenitud)

y se mantiene a millas de mi suceder,

como un viajero que me saluda desde lejos,

levantándome una mano gris como una nube,

y sigue su propia ruta, sin interferir.

 

El viento retoma su canción eterna, y con ella bailan

las hojas acompasadas una simpática danza;

la hamaca dibuja una pequeña elipse con su vaivén

y se aparece vacía ante mis ojos,

ojos que lo vieron todo alguna vez,

pero de otro modo, en otra disposición a la actual.

Recuerdos del niño que fui aterrizan de repente,

se me presentan de nuevo en la consciencia:

y sé que hoy también quiero jugar,

sé que hoy quiero amar, con todas mis fuerzas,

las que me dejaron mis antepasados grabadas

en la carne y en el alma, a un tiempo lento

que gota a gota avanzó por el río de la eternidad,

hasta llegar a las encalladas costas de los pies que me guían,

a mis manos como árboles que esparcen sus raíces

por la vasta tierra, por campos, praderas y valles

donde resuena mi voz como un canto natural.

 

En el camino, pero a un costado

descanso en el árbol sagrado,

mientras el disco dorado 

camina sobre mis sienes,

y la vida cósmica se expresa 

en su multiplicidad infinita,

que es red total, consciente y plena 

de cada ínfima o grandiosa parte…


Agustín R. Iribarne.

De mi último libro en proceso "Sagrado Cantar".



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