Sagrado Cantar
III
Salgo a caminar sin rumbo fijo, dejando que los surcos se abran
y me lleven a donde sea que tenga
que ir… ¿Cómo podría yo saberlo?
¿Cómo podría controlar el flujo universal?
Encuentro más ético —y hasta
etérico (porqué no)—
dejar que las cosas lleguen a mí,
que el gran titiritero invisible
mueva mis miembros
hasta llegar a algún lugar donde
vibre mi corazón
en armonía, cual cítara india
afinada sobre el Ganges.
Entiendo que me guían los
maestros ascendidos,
y además de mis impulsos, deseos
y tendencias,
también los antiguos seres de mi
linaje,
y alguna que otra entidad
benefactora o no;
entiendo que mi yo superior
conversa con mi alma
en un lenguaje que no logro
descifrar,
pero sé —de esto sí estoy
realmente seguro—
que entre ellos se entienden o se
sienten,
y comunican efectivamente.
¡Qué gran misterio resulta sin
embargo
la comunión entre lo material y
lo inmaterial,
el hecho de que el espíritu entre
en la materia,
y la penetre, y la sutilice, y la
llene de vida,
mientras ella ya es activa, fecunda y
productora!
¿Tendrán razón los materialistas
o los idealistas?
Escucho a ambas corrientes,
analizo sendos argumentos,
y a todos puedo creer o criticar;
siempre puede uno convencerse o
desmentirse:
al final la cuestión se reduce a
la voluntad.
Ninguno de ellos toma con su lazo
a mi intelecto más que un instante.
Sólo reservo para ambos una
pequeña porción de verdad
del gran todo del conocimiento,
cuando explico mis
consideraciones filosóficas
en mis paseos diurnos o
nocturnos.
Luego, mientras ellos continúan
debatiendo arduamente,
dando todo su esfuerzo, su sudor
y su sangre
por ser dueños de la verdad, intentando
convencer
a quienes consideran sus
adversarios, sin lograr una nueva conclusión,
yo pongo en movimiento mis pies y
con toda mi ánima
dirijo a mi esbelto cuerpo por un
paseo en el bosque.
Ya quisieran esos filósofos
dogmáticos, teólogos y metafísicos
poder habitar la incertidumbre, demorarse
y descansar en ella,
como quien se recuesta en un tronco
a la vera del camino,
a recobrar la fuerza y oír la
vida expresarse,
a reflexionar una vez más, sin
dar el asunto por terminado.
El pensamiento es precisamente
una vuelta sobre sí;
así pues yo giro en círculos que
oscilan entre la virtud y el vicio,
y cuando parece que logran
acorralarme con sus razonamientos,
cuando estoy a centímetros —a falsas
inferencias— de caer en el regreso al infinito,
encuentro la causa última, y la
postulo sin más preámbulos, ni otras consideraciones.
A veces se sorprenden con mi
agudo ingenio, o mi loca fantasía;
otras veces me aplauden, pero eso
no me llena de orgullo
tanto como lo hace el ave rauda
que logra el nido
luego de cruzar el temporal, y
regresa a alimentar a sus crías.
¿Quiénes son más felices?
Imposible saberlo o determinarlo;
la felicidad se encierra
en márgenes tan subjetivos
que no logro franquear
con la abstracción
generalizadora,
pero mientras inquiero o examino
ya sean las más excelsas
o las más vulgares cuestiones,
no olvido sonreír francamente:
como perlas ignotas brillan mis
dientes
en la lúgubre luz del ocaso,
y todo mi ser reboza en la paz.
Así puedo seguir investigando con
mayor templanza,
o dejar estos temas de lado hasta
que me vuelvan a acometer,
y emprender tranquilo la marcha
hacia la ciudad,
que poco a poco comienza a
admirarme
con la intermitencia de sus luces
y sus sombras...
Agustín Ricardo Iribarne
De mi nuevo libro de poemas "Sagrado Cantar"...
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