Sagrado Cantar
IV
En el camino voy sintiendo a las
musas revolotear por mi cabeza,
por lo que freno bajo un árbol a
inhalar mi rapé y meditar por un rato.
(Un “rato” es algo así como un
rapto: la interrupción del tiempo lineal,
una pausa a la concepción
temporal progresiva del capital).
Siento la inspiración que
adviene, por lo que tomo mi lapicera y escribo
sobre las blancas páginas de un
libro del incomparable Walt Whitman:
¡Quisiera hacer un canto a sendas
vidas, la terrenal y la espiritual!
¡Voy a personificarlas, darles
entidad,
y cara a cara pronunciarles un
discurso!:
“Vida terrenal, a nuevas pruebas
me llevas,
mas yo, con la confianza de los
sabios
las atravieso y dejo atrás,
superándolas en mi constante avanzar
y fluir,
como el agua del río a las rocas.
Vida espiritual, sucesos
similares me alcanzan,
mas yo, persevero como un
guerrero
con la espada de la experiencia y
el escudo de la paciencia
y así no sucumbo ante las hordas
del karma,
así me esfuerzo sol tras sol y
luna tras luna
por realizar mi bendito dharma.
Vida terrenal, me traes con
premura grandes necesidades
mas yo, con la imperturbabilidad
del yogui,
las miro de reojo, y sólo escojo
algunas para satisfacer,
pues entiendo que no todo se
puede tener,
y aún menos es bueno desearlo.
Vida espiritual, felicidad y
dolor me brindas,
mas yo abrazo y alzo la copa agradecido
en cualquier caso,
y la bebo hasta el final, y sólo
allí comprendo la complejidad del cóctel,
su agridulce sabor; sólo allí,
luego de beber hasta la última gota,
logro acceder al conocimiento
total, a los beneficios de cada ingrediente,
y a los colores que otorgan a mi
alma siempre sedienta.
Vida terrenal, me presentas a la
virtud y al vicio como hermanos enemigos,
mas yo comprendo lo que los une y
los separa,
y logro mantener buenas
relaciones con ambos;
y así gozo enormemente: del vino,
del humo, de la sobriedad y del aire puro
sin intoxicar mi espíritu más de
lo que me dicta mi hermoso cuerpo,
quien se debate con mi intelecto
en largas disputas, en profundos
ayunos, y en grandes banquetes,
hasta que logran la armonía en la
sencillez y la austeridad,
sin por eso perderse ningún
manjar, ya que la justa medida —invariable—
la perfecta templanza y la sophrosyne
aristotélica deciden por mí.
Vida espiritual, me ayudas a
comprender mi propia esencia
al deleitar mis ojos con el sagaz
vuelo de los pájaros,
donde se revela el movimiento
constante, y el canto resonante,
ya sea en la copa del gran árbol
o en las laderas de los arroyos;
su piar me da paz e incita a mi
alma a expresar lo que siente
en su eterno presente, a soltar
el pasado, sin mirar atrás.
Vida terrenal, me hablas de
horarios y relojes,
mas yo sé que el tiempo —como
tal— en verdad no existe:
es una mera convención humana;
sólo existe la sucesión,
el suceder ininterrumpido, el
transcurrir inacabable.
Vida terrenal, me hablas de
ocupaciones y quehaceres
mas yo, con perfil bajo, sé dejar
mi trabajo antes de que el ocaso acabe
—al día siguiente siempre podré prolongarlo
con parsimonia—
y así cumplo todos mis deberes:
los del cielo y los de la tierra,
los interiores y los exteriores,
los de mi alma y los de mi persona.
Vida espiritual, te empeñas en
quitarme mis posesiones
para que no valore tanto lo
material, y eleve las sagradas oraciones
en busca de lo verdaderamente
vital:
como sé que no hay nada que
perder, ya que todo viene y va,
no tengo nada que temer, pues el
mayor regalo es la vida,
y ni a ella me aferro, pues sé
que igual que el hierro
se puede oxidar y cambiar su
composición, incluso antes de acabar,
y de igual modo, como todo lo que
comienza, tiene que terminar…
Por eso pongo toda mi atención en
vivir y disfrutar
lo que sea que el destino tenga
para dar”.
Agustín Ricardo Iribarne
De mi nuevo libro de poemas "Sagrado Cantar"...
Comentarios
Publicar un comentario