La paz después del limbo

¿Eramos -apenas- algo más que
timbres viejos,
chicharras mudas,
objetos fútiles, decorosos
en piesas bajo llave?

El silencio letal de la inacción
nos arrebataba la calma,
tan inexpertos en soledad...

Habitamos el polvo,
la decadencia inminente
 y el desastre total.

Aquel lumbre que una vez
nos sorprendió,
iluminándonos,
se apagó
como las horas de espera,
como una deflagración sin fuerza
que no ardió más que un instante. . .

¿Y no me perdí
como un exiliado,
peregrino sin mapa
ni lineamientos,
en tu espejo
reproductor de esencias,
en la brisa que abrigaba
mi crecimiento lento
repleto de cúmulos energéticos
adheridos? Triste frío
en el alma, soportamos,
como camellos
nadamos una danza
en el diluvio
de posibilidades,
y cada ola-momento
te alejaba de mí
como un insulto
que escupía su veneno
para no morir atragantado,
¡oh, metastasiado corazón!
que luchaba por sacar
algo oscuro e informe
y se clavaba a sí mismo
el aguijón
del escorpión,
más adentro,
generando más veneno,
y éste se chorreaba
por mi boca
como lava ardiente. . .

Después de varias palizas,
acobachado, achicharrado,
temblando como una hoja al viento,
succioné el veneno,
limpié mi boca
con trapos sucios,
engrasados por siglos
de humanidad insensible,
y por fin vomité.

Después del limbo,
arribó la paz.  .    .



Agustín. R. Iribarne

Del libro: 
Transmutación: 
del fuego al agua, 
de la sombra a la luz...





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