A mi sombra, quien ya no me estorba …


A mi sombra, quien ya no me estorba …                       A todos los budas de todos los tiempos…

Hoy –siempre hoy, porque siempre es hoy-,
hoy es el momento perfecto 
para abrazar las antiguas memorias de dolor,
para beber la sangre de las heridas, 
para juntar las migas de la mesa de nuestra vida 
y dejar de mezclar el trigo con la espiga.
Hoy diré todo lo que he “ocultado”: 
he sido por un cruel destino empujado
a la fuente de los pecados, 
me he bañado en el Ganges y me he purificado:
y si hoy danzo como un ángel por los cielos dorados,
es gracias a mi férrea voluntad, 
gracias a enfrentarme a mi verdad,
gracias a no huir como un confuso evasor,
gracias a sentir el real perdón del Universo en mi corazón,
gracias a abrazar la comprensión y acompañarla con la sana acción.

Hoy es el tiempo adecuado para dejar de mirar para otro lado,
y observar nuestro centro y nuestro pasado:
¿Quiénes hemos sido? ¿Cómo hemos obrado?
Cada experiencia una lección nos ha dejado,
cada suceder un aprendizaje nos ha brindado,
y aunque aún duela y en su momento no nos haya gustado,
si no lo hubiéramos experimentado, no lo habríamos superado,
si no nos hubiera pasado, no habríamos despertado. 

Todos nos enfrentamos alguna vez con la ira, el odio, y el mal
todos fuimos presa fácil del creador de los estados negativos del ser,
porque es natural, porque así vivimos en este mundo apresurado,
el ego en su intento descarado de dominar, haciendo su entrada triunfal,
luchando hasta ya no dar más, la mente en su controladora criminalidad.
Todos creímos que no nos iba a ganar,
que eramos fuertes, que eramos buenos,
que conocíamos sus trucos y anunciábamos sus juegos sucios,
hasta que conocimos tristemente el desenfreno,
y así aprendimos finalmente a rezar, a valorar, a creer, a amar.
Todos caímos de cara contra el piso:
y una vez que tocas fondo, sólo puedes subir,
sólo queda levantarse, impulsarse con más fuerza
para llegar más alto que antes.

Por eso hoy, noche en que el recuerdo me ha despabilado,
es el tiempo sagrado –por separado-
para agradecer lo lejos que hemos llegado:
gracias a mi sombra, quien ya no me estorba,
he entendido que hay maestros hasta en la zozobra.

De todo aprendemos si lo reconocemos,
de todo crecemos si nos reconocemos.

(¿Quiénes seremos, cómo obraremos?
Si aprendemos realmente –con consciencia y en esencia- de la sombra,
sólo queda brillar como la Luz que no conoce el fin.
La sombra aparece para enseñarnos a iluminar nuestras partes oscuras.)
                                                                                                      Agustín R. Iribarne
Del poemario: "Amor, confianza y unidad. 
Poemas para el ascenso, la comprensión y el despertar de la consciencia"

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