Así habló Irilógos: contra los ciudadanos-jueces
¿En nombre de qué nos erigimos de jueces para hablar sobre quién? Nadie puede estar en nuestra mente, corazón y vivencias-experiencias. Todos creamos una imagen del otro y con esa simple falsedad creemos conocer al otro, creemos saber qué piensa o siente y anticiparnos a otro. ¿Por qué? Por que es más fácil que así que enfrentar el hecho de aceptar a algo vivo, que se mueve y agita, que muta, que no es estático como la imagen. Y así andamos por la vida compartiendo –sin que nos pidan- nuestras opiniones, porque tenemos necesidad de hablar, de demostrar, de proteger, de acaparar, porque tenemos miedo y dolor, porque tenemos ansiedad, porque nos creemos capaces de adivinar la vida en base a supuestas verdades que alcanzamos o cierto camino espiritual… Cuánta crueldad –incluso inconsciente- parcialidad y apuro esconden estas anticipaciones… ¿hay algo más puro que no juzgar?
No propongo tampoco no afirmar ni negar nada como un escéptico radical, sino simplemente limitarse a decir lo justo y necesario, lo que la situación requiere, sin presuponer, sin condenar o justificar, sin exagerar, sin subestimar. Pero para esto debemos estar atentos, muy atentos. Una palabra fuera de lugar puede ocasionar tanto dolor como una daga en la espalda o generar un huracán en vaya-uno-a-saber-qué-costas, como el simple revoloteo de una mariposa. Es enorme –y difícil de percibir correctamente- la influencia que ejercemos sobre el otro con nuestros gestos, palabras y actos –incluso con una mirada o un callar-, es radical el corte que efectuamos sobre la realidad con nuestras decisiones –decidere (latín): cortar- y muchas veces caen de un lado u otros tantos seres inofensivos –siempre hay inocentes, en donde sea- que están más allá de esas (necedades) necesidades… ¿Cómo puedo ser libre si cada palabra que emito me aprisiona en tantas consecuencias de las cuales no tomo nota en gran modo? Al señalar, tres dedos me apuntan a mí. Al blasfemar, sólo el dolor del corazón habla, ya no la razón cósmica, ya no el espíritu verdadero.
Jueces sin cargo dejen su dictamen y abrazen el silencio, casi siempre ofrece más claridad que la charlatanería. No hay papel que jugar –sin la z- más que el antipapel, la humildad, la simpleza. Apresurados jueces, limen la aspereza de su lengua y estarán un paso más cerca de la Libertad: que antes de hablar es mejor escuchar, antes de opinar es mejor respetar –al otro y a la claridad en sí-, y antes de imaginar es mejor observar. Queridos jueces, si esto les disgusta o les hace ruido interior, no me juzguen les pido, hagan la prueba ahora mismo, incluso conmigo, y observen lo que sucede: un hombre hablando sobre no-juzgar. ¿Pueden simplemente dejarme ser, aceptar el hecho de que soy, y en absoluta libertad de condicionamiento, sin más etiquetas del lenguaje para explicar nada, poder ver eso? El juicio viene de la mente, la clasificadora, la ordenadora: para trascenderla debemos observar sin juicio, en silencio.
Allí está la Verdad: no en la palabra sino en el hecho, no en la interpretación sino en el suceso, no en el Lenguaje sino en la Realidad... ¿Cómo ver la realidad? Estando en el presente, concentrado, en plena observación desinteresada – sin prejuicios ni juicios- limitando al lenguaje para que éste no nos limite a nosotros.
Así habló Irilógos.
Agustín R. Iribarne
¿En nombre de qué nos erigimos de jueces para hablar sobre quién? Nadie puede estar en nuestra mente, corazón y vivencias-experiencias. Todos creamos una imagen del otro y con esa simple falsedad creemos conocer al otro, creemos saber qué piensa o siente y anticiparnos a otro. ¿Por qué? Por que es más fácil que así que enfrentar el hecho de aceptar a algo vivo, que se mueve y agita, que muta, que no es estático como la imagen. Y así andamos por la vida compartiendo –sin que nos pidan- nuestras opiniones, porque tenemos necesidad de hablar, de demostrar, de proteger, de acaparar, porque tenemos miedo y dolor, porque tenemos ansiedad, porque nos creemos capaces de adivinar la vida en base a supuestas verdades que alcanzamos o cierto camino espiritual… Cuánta crueldad –incluso inconsciente- parcialidad y apuro esconden estas anticipaciones… ¿hay algo más puro que no juzgar?
No propongo tampoco no afirmar ni negar nada como un escéptico radical, sino simplemente limitarse a decir lo justo y necesario, lo que la situación requiere, sin presuponer, sin condenar o justificar, sin exagerar, sin subestimar. Pero para esto debemos estar atentos, muy atentos. Una palabra fuera de lugar puede ocasionar tanto dolor como una daga en la espalda o generar un huracán en vaya-uno-a-saber-qué-costas, como el simple revoloteo de una mariposa. Es enorme –y difícil de percibir correctamente- la influencia que ejercemos sobre el otro con nuestros gestos, palabras y actos –incluso con una mirada o un callar-, es radical el corte que efectuamos sobre la realidad con nuestras decisiones –decidere (latín): cortar- y muchas veces caen de un lado u otros tantos seres inofensivos –siempre hay inocentes, en donde sea- que están más allá de esas (necedades) necesidades… ¿Cómo puedo ser libre si cada palabra que emito me aprisiona en tantas consecuencias de las cuales no tomo nota en gran modo? Al señalar, tres dedos me apuntan a mí. Al blasfemar, sólo el dolor del corazón habla, ya no la razón cósmica, ya no el espíritu verdadero.
Jueces sin cargo dejen su dictamen y abrazen el silencio, casi siempre ofrece más claridad que la charlatanería. No hay papel que jugar –sin la z- más que el antipapel, la humildad, la simpleza. Apresurados jueces, limen la aspereza de su lengua y estarán un paso más cerca de la Libertad: que antes de hablar es mejor escuchar, antes de opinar es mejor respetar –al otro y a la claridad en sí-, y antes de imaginar es mejor observar. Queridos jueces, si esto les disgusta o les hace ruido interior, no me juzguen les pido, hagan la prueba ahora mismo, incluso conmigo, y observen lo que sucede: un hombre hablando sobre no-juzgar. ¿Pueden simplemente dejarme ser, aceptar el hecho de que soy, y en absoluta libertad de condicionamiento, sin más etiquetas del lenguaje para explicar nada, poder ver eso? El juicio viene de la mente, la clasificadora, la ordenadora: para trascenderla debemos observar sin juicio, en silencio.
Allí está la Verdad: no en la palabra sino en el hecho, no en la interpretación sino en el suceso, no en el Lenguaje sino en la Realidad... ¿Cómo ver la realidad? Estando en el presente, concentrado, en plena observación desinteresada – sin prejuicios ni juicios- limitando al lenguaje para que éste no nos limite a nosotros.
Así habló Irilógos.
Agustín R. Iribarne
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