Ojos de abismo
Cuando te miro a los ojos,
siento que se abre el mundo:
una gran grieta divide la tierra,
y sin embargo puedo saltar tranquilo al vacío,
puedo flotar en ese abismo infinito
sabiendo que todo estará bien,
porque vos sos mi sostén,
porque tu mirada es una soga invisible,
que me ata a la salvación,
me libera de la cotidiana realidad, de la segura prisión
llevándome, etérica y astral,
hacia un nuevo ambiente risible.
Cuando miro tus ojos,
soy absorbido por ese silencio estridente
ausente de sonidos, insurgente,
y se deshace el tiempo inexistente
y se desgaja mi alma en tus comisuras,
siendo tu ternura,
en la fina película que recubre tus pupilas,
la que me deja absorto,
hipnotizado de asombro.
Cuando miro tus ojos,
algo de mí muere, algo de mí nace,
y algo de mí se transforma en vacuidad,
en algo sin palabras, innombrable,
en algo sin densidad, inasible,
en algo sin concepto, indefinible,
ya que es algo que por su misma esencia
a nada pertenece,
ya que es sólo una mera presencia
que me acecha el alma,
y ni el propio sentir la distingue:
¿será lo que hace vibrar mis células
la sustancia de lo imposible?
Porque no es plausible, que al verte,
al ver esos profundos ojos de jade
se expanda la tensión entre el cielo y la tierra,
y de una extraña e impronunciable manera
una parte de mí ascienda mientras otra cae…
En tus abismales ojos,
levito hasta la resolución de mi ser:
en la desintegración de tu mirada,
encuentro el todo
para finalmente
reposar en la nada.
Agustín R. Iribarne
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