Mientras amanecía…
Agustín R. Iribarne
Los pájaros migraban hacia el sol.
Numerosos, en bandadas, los escurridizos pájaros migraban,
cantando tenuemente, hacia el sol, que se asomaba, sutil y majestuoso.
Amanecía.
Aún la luz de la luna llena en cáncer afloraba las mareas
y los brotes de las flores, a la vez que energizaba a las gemas reposantes.
Había cantos: como una gran orquesta,
dirigida por el mismísimo Dios de los cielos,
así, miles de aves trinaban en la cálida mañana,
con coros sublimes, a varias y vivas voces,
formando una melodía exquisita para mis oídos aún dormidos.
Salí a contemplar el acontecer.
Recibí al rey astro y al nuevo día con un abrazo intangible aunque profundo.
Sentía la grandeza de la existencia en mis células
y entendía la maravilla que significaba habitar esta mágica tierra.
Aún amanecía.
Sabía que tenía tiempo de sobra para hacer lo que quisiese.
Sabía que, al igual que la Vida, somos eternos por ser parte del Ser,
y con esas sabidurías ya era suficiente.
Sonreí alegremente, miré hacia el cielo,
y agradecí desde el fondo de mi alma,
con las manos en el pecho.
La sinfonía de las aves recobró su poder y su fuerza.
Vi como un insecto se ahogaba en la pileta, así que fui a rescatarlo.
Cuando mi mano el agua acarició,
en su calidez mi cuerpo todo reconoció
la llegada del estío, belleza indecible.
Y como algo casi previsible,
mi alma lo re-cordó,
lo volvió a hilar en la consciencia,
pues mi alma lo sabía,
como sabe tantas otras cosas,
de tantas otras vidas,
y aún entonces amanecía.
Honré la vida, los ciclos y los tiempos,
y otra vez agradecí este grato momento
de pura plenitud matinal:
ya que es la hora perfecta para despertar y respirar
sentir, observar y meditar bajo el nogal,
y por qué no, crear un magistral rezo
de agradecimiento:
a la hora de dar las gracias,
basta un simple gesto desde el corazón,
pero para el honrado,
que ha estado caído y hoy se siente bendecido,
una sola vez nunca es suficiente.
Aún amanecía, y como si no tuviera dientes, de un solo bocado, rapaz
un venteveo se comió un insecto que había divisado en el agua, dejando en ésta leves ondas,
mientras una paloma husmeaba con su pico entre sus plumas.
¿Qué habrá sentido ese bichito antes de que le dieran fin?
Ya decía Aristóteles que cualquier animal es sintiente.
Seguramente sintió dolor, un dolor sin límites, impronunciable,
como un estremecimiento que lo recorrió por completo,
al igual que debe sufrir cada animal que es asesinado.
Me dije a mí mismo: no me alimentaré más del sufrimiento de otros.
Una nueva bandada de pájaros de pico largo, formando una V (ve-corta),
como una ola, me sacó de estos claros pensamientos de fiebre mortal.
Aún amanecía, y volví a observar,
a la poiesis volví a dar lugar, volví a crear un poema:
y en esta mañana como un firme emblema
de todas las mañanas que quiero vivir,
con todas mis fuerzas celebro el existir,
y danzo como una garota de Ipanema.
Aún amanece.
Namasté Agus....
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