Despertemos: la consciencia nos llama
¿Quiénes somos? El ser humano es un ser muy complejo, ya que tenemos impulsos, deseos y necesidades de nuestro cuerpo físico, que nos ligan a lo material, a la tierra, a lo mundano, y ese cuerpo también está habitado por emociones y pensamientos, es decir, un cuerpo emocional y un cuerpo mental, los cuáles también hay que cuidar, alimentar, respetar, escuchar de una manera sana y equilibrada; caso contraria, habrá desorden, habrá caos. También tenemos un cuerpo etérico o astral, un cuerpo energético formado por las vibraciones que emanamos desde nuestras ruedas o vórtices de energía, los llamados chakras, y éste cuerpo astral nos eleva a lo espiritual, a lo que está más allá del “acá”, de este mundo, a otros planos de consciencia.
Somos esa conjunción entre carne y espíritu, somos la perfecta unión y sincronía entre la materia inerte aunque animada, por ser parte del Todo-Creador-Viviente, el Universo, y ese impulso de vida que da movimiento a todo lo que existe. Ahora bien, todo en el Universo se mueve, cambia y muta por esencia, todo lo que está vivo no es estático, sino más bien se transforma, se desarrolla: y es por eso que cambiamos a cada instante, que resulta siempre nuevo y abundante; cada momento es único y distinto y por tanto especial, y en él todo lo que nos habita cambia su forma y su contenido: los pensamientos, las emociones, los deseos, los impulsos, la energía, la vibración, etc.
Entonces, primero hay que entender la naturaleza cambiante del Universo, para luego poder llevar nuestra vida acorde a ella y así resulte fluida, y no un constante ir contra la corriente del vivir. Para ello hay que emprender un largo, profundo, perseverante y permanente viaje hacia el puerto más enriquecedor y hacia el mayor descubrimiento que podemos realizar: nosotros mismos.
Es un periplo que dura toda la vida -y quizás otras vidas más- es el periplo del alma hasta su trascendencia, hasta su re-unión con el Ser Infinito del cuál proviene, con esa Consciencia Universal Suprema, formada a su vez por todas las almas de todos los seres de todos los tiempos, que son Uno. Para continuar nuestro viaje de manera satisfactoria hasta ese punto de re-unión, en este periplo necesitaremos “despertar”, que no es otra cosa que hacernos conscientes.
¿Qué es ser consciente? Es poder registrar momento a momento esos cambios que se producen en nosotros y en nuestro entorno, ya que estamos inseparablemente unidos los unos en el otro, estamos imbricados, co-rrelacionados, y somos uno con el medioambiente; es poder estar atento al presente, a lo que aquí y ahora es, a lo que está sucediendo, y tomar nota de todo eso para poder armonizarlo: es tener la capacidad de observar sin juzgar, volverse el observador de uno mismo para poder darse cuenta, para reconocer lo que nos pasa y lo que está pasando alrededor, lo que la situación requiere, y no ir en contra de eso, no resistirse, sino aceptarlo, es decir, entregar con humildad el control de las cosas, saber que no todo puede manejarse ni controlarse; hay que dejar que las cosas, situaciones, personas, fluyan, sigan el cauce divino, y no acaparar, dominar o exigir, porque ese el Ego o mente, nuestra “supuesta personalidad”, que es como un recipiente donde acumulamos todas nuestras experiencias, las cuáles, por supuesto, si no soltamos, nos condicionan, nos restan libertad. Ya que ésta mente o Ego, una vez que se desarrolla en la edad adulta, toma el control sobre nosotros mismos si no la sabemos identificar, ya que ella es la que piensa y procesa todo lo que nos ocurre.
Por esto, muchas veces se encontrarán actuando de maneras instaladas o sedimentadas, es decir, adquiridas con el hábito y la costumbre: y es porque la mente actúa por experiencia. Y de la experiencia sólo puede nacer lo que ha sido, la repetición de lo que nos ocurrió; de allí no saldrá nada nuevo y espontáneo como el Amor. Así, si bien la mente es nuestra herramienta en la tierra, hay que saber educarla para que no nos traiga aún más sufrimientos de los que la vida de por sí nos presenta. Ese Ego o mente es la ilusión de que somos un Yo, separado de la Unidad –al que podríamos llamar Dios, Universo, Gran Espíritu o Consciencia Universal- de la Fuente Primordial del Ser, y es el responsable de todos los sentimientos negativos que emanan de la separación: miedo, pena, angustia, dolor, ira, etc. Si logramos dejar a un lado por un momento a nuestra mente, y nos concentramos en la respiración, que es contracción y expansión, (los componentes básicos del movimiento) notaremos en ese acto primordial la paz que emerge al poder sentirnos en esencia, al volver al corazón, allí donde reina el Amor y sólo hay Unión, Unidad, porque lo que habita nuestro corazón es Amor puro y real, sólo hay que recordarlo, volver a él, como los niños.
Por lo dicho ser consciente es dejar de relegar, de ocultar bajo la alfombra lo que no nos gusta, sino traerlo a primer plano, verlo a los ojos, hacernos cargo, hacernos responsables de lo que (nos) sucede, poder escuchar esas voces internas, ese llamado peculiar que habla desde adentro nuestro, desde nuestro ser más profundo, nuestra alma o corazón¸ ya que ése es nuestro maestro interior, al cual se suman los maestros ascendidos que nos guían y protegen desde otros planos.
Y si escuchamos nuestro corazón, no hay forma de errar el camino, porque él siempre dice la Verdad: dirá con sinceridad lo que siente y necesita, lo que es funcional y sano para él y lo que no, y dirá qué es lo que quiere para sí mismo, para su y tu vida.
También en esto radica la consciencia: en elegir por voluntad propia -y no impuesta- lo que queremos hacer y decir, lo que necesitamos y en los tiempos que lo necesitamos, siempre respetando a cada ser que existe como nos gustaría que nos respetaran a nosotros mismos o escuchando su llamado y su petición, cómo ellos necesitan ser tratados. Partiendo de la base del Amor Incondicional, Compasivo, la Libertad y el Respeto, ya estamos ejerciendo la consciencia, que debe extenderse al cuidado, veneración y preservación de todo lo que existe, de los elementos, de la Tierra, del cielo y del Sol.
Agustín R. Iribarne
Comentarios
Publicar un comentario